Arriba y abajo por el río

El turismo fluvial no esperó el movimiento slow para desarrollarse, pero se vio muy favorecido por la nueva ola de privilegiar calidad y autenticidad por sobre lejanía y exotismo (real o artificial). En el continente europeo, donde la red combina ríos y canales, es una realidad que permite incluso alquilar barcos sin necesitad de ser timonel.

La vida en formato slow forma parte de una nueva manera de encarar lo cotidiano, pero también los viajes, que nació en Italia y poco a poco fue ganando terreno en todo el mundo. Es la slow life, una respuesta a la aceleración permanente de nuestros ritmos en todos los ámbitos, turismo incluido. Gracias al auge o la vuelta de la lentitud como una manera de disfrutar de la vida, el turismo fluvial está creciendo y posicionándose, esencialmente en Europa donde muchos ríos y canales se prestan a este tipo de transporte.

Viajeros de la ecogeneración
El movimiento slow va a de la mano con la agricultura biológica, el cuidado del medioambiente y el uso racional de las energías. Un autor francés, Jérémie Pichon (Familles en transition écologique, Familias en transición ecológica) aconseja a los ecociudadanos limitar sus viajes en avión. De hecho está haciéndose eco de toda una generación de europeos que prefieren el tren o la bicicleta a la hora de armar sus viajes: están dispuestos a sacrificar experiencias en países exóticos para estar a tono con su conciencia ambiental. Pichon lleva agua a sus molinos cuando escribe que “cada humano tiene derecho a 2,1 toneladas de emisiones de CO2 por año para vivir sin participar en el recalentamiento global. Y un viaje ida y vuelta entre París o Londres y Nueva York genera 2,2 toneladas”.
El turismo fluvial está en la mira de estos ecoviajeros. Antes que ellos, algunos pioneros ya navegaban por los canales y los ríos de Francia, Bélgica, Alemania y los Países Bajos (la mayor red europea) con péniches (embarcaciones chatas destinadas al transporte) transformadas en casas flotantes.

Slow travel
En reacción al “siempre más lejos-siempre más rápido”, el turismo fluvial promete por el contrario lentitud y cercanía. La modalidad es una genuina fuente de experiencias y de autenticidad, dos conceptos que están transformando actualmente la industria de los viajes.
De la misma manera que la slow food nació en reacción a los fast food y la comida chatarra, el viaje lento privilegia la calidad y por lo general contamina sideralmente menos que el avión. El turismo fluvial de antes, que requería pesadas embarcaciones y todo un proceso de aprendizaje, se está transformando. En varios países europeos y sobre todo en Francia algunas empresas ofrecen ahora embarcaciones que se manejan sin necesidad de ningún carnet (Locaboat, Le Boat).
Son como habitaciones de hotel flotantes. Cada uno organiza su viaje en función de la red fluvial y de la duración de sus vacaciones. Los barcos se alquilan y se dejan en puertos de todo el país, equiparando en flexibilidad a las empresas de alquiler de autos.

Barcos compartidos
La economía colaborativa detectó la tendencia. Por un lado se están desarrollando los boat-clubs, cuyos miembros tienen derecho a usar embarcaciones sin tener que comprar una. La modalidad está creciendo en Estados Unidos y en Francia (con el Bénéteau Boat Club). Al mismo tiempo, el gigante de la economía colaborativa Uber empezó a testear una división de embarcaciones: se llama UberBoat y permite contratar un barco con timonel para trayectos puntuales. Se hicieron presentaciones en eventos como el Festival de Cannes y el primer país donde se concretó es Croacia. En el Río de la Plata, la app Popey también permite contratar este tipo de servicio (ver nuestra edición de abril 2018).

Políticas fluviales
La buena voluntad de los viajeros no sería nada si las autoridades no participaran con obras y políticas de planificación y desarrollo. Por un lado están las obras para mantener las vías navegables, pero sobre todo para recuperar el espacio fluvial que era simplemente un elemento del paisaje. Las poblaciones ya no lo integraban en su vida cotidiana porque durante la segunda mitad del siglo XX la contaminación de las aguas de ríos y lagos en Europa fue un verdadero problema sanitario.
Las cosas cambian desde hace varios años y algunas ciudades lograron milagros ecológicos, como Zürich en Suiza y Copenhague en Dinamarca, donde es posible bañarse sin temor. Con más razón el turismo fluvial cobra una mayor intensidad en estas urbes que viven en torno al agua. En otras la descontaminación es un deseo politico no cumplido, como en París, cuyos alcaldes prometen bañarse en el Seña desde los años 80. Hasta el momento, lo tienen que evitar para conservar su buena salud. Sin embargo el plan actual de saneamiento se dio como nuevo plazo 2024, para coincidir con los Juegos Olímpicos que organizará la capital francesa.

También la hotelería
Finalmente, junto al turismo fluvial, el saneamiento de las aguas y el desarrollo de empresas de alquiler de barcos, la hotelería también quiere participar de este auge. Aparecieron así hoteles construidos sobre el agua, como el Arctic Bath Hotel & Spa, un complejo flotante que abrirá sus puertas durante el segundo semestre del año en la Laponia sueca. En Québec la empresa Flotel construye plataformas interconectadas con habitaciones flotantes, la versión moderna de las cabañas sin amarras que se alquilan en los lagos y riachos del delta del Misisipi. Durante muchos años los únicos clientes de aquellas casas a la deriva fueron pescadores. ¿Quizá eran los precursores de la vida slow?

 

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