Calma y vida isleña en el corazón de Las Bahamas
Entre agosto y noviembre, la mayoría de los turistas ya se ha marchado por temor a la temporada de huracanes y las islas de Abaco se revelan en toda su serenidad.
Fuera de los meses de mayor concurrencia, las playas parecen privadas, los pueblos se vuelven más íntimos y la naturaleza se abre como un escenario virgen para quienes deciden llegar hasta a contracorriente de los demás. La mayor de las islas de las Abaco es una de las tantas joyas escondidas de Las Bahamas, agreste y hospitalaria. Sigue marcada por las huellas del huracán Dorian (2019) un evento catastrófico que puso en relieve la resiliencia y la fuerza de una comunidad que se reinventa cada día.
Un viaje en cámara lenta
La experiencia de viajar a Abaco en esta época del año equivale a poner la vida en pausa. La isla tiene su propio compás, donde los relojes no tienen injerencia. “In two minutes”, es una frase que se escucha a cada rato en las conversaciones con los locales. Puede significar cualquier otra medida de tiempo, ya que es algo que no existe realmente fuera de la temporada de los turistas. El visitante pronto entiende que el ritmo y el tiempo no se imponen, sino que se acompañan.
Los pueblos de la isla, como Marsh Harbour o Hope Town, parecen “volver al futuro”, regresando a un pasado de pioneros, pescadores y carpinteros de botes. Sus calles son tranquilas, bordeadas de casas de madera pintadas en tonos pastel, desde donde salen vecinos que saludan como si el recién llegado fuera parte de la familia. La calma es tan palpable que algunos rincones recuerdan al pueblo ficticio de Amityville de la película Tiburón: un entorno costero apacible, estirado bajo el sol, en el que la vida transcurre sin sobresaltos. De hecho, una de las secuelas fue filmada en parte en las Bahamas…
Una gastronomía sustentable y sin artificios
En Abaco, la mesa se arma con lo que ofrece el mar. El pescado fresco y los mariscos son protagonistas, no por moda sino por necesidad. La mayoría de los productos deben importarse y los precios de la logística hacen que el consumo local sea lo más razonable. El conch, un caracol omnipresente en los fondos marinos del archipiélago, se prepara en ensalada y bajo muchas otras formas. Para que se siga pescando abundante en las islas, solo se consumen los adultos una vez que logran un tamaño y un desarrollo estrictamente definido y controlado.
Comer lo que hay es parte de un enfoque sustentable que los abacoanos asumen con naturalidad. No obstante, en cualquier tienda de comestibles (o en Maxwell’s, el principal supermercado de la isla) es posible encontrar la misma variedad que en un establecimiento estadounidense.
Los hábitos también marcan la identidad culinaria: las comidas tienden a ser más contundentes temprano, mientras que hacia la cena se opta por platos más livianos. La tradición bahameña suma sabores distintivos como la ensalada de conch, los pescados fritos o el “crab and rice”, platos que, más allá de lo sencillo, transmiten la esencia de una cocina que respeta su entorno.
El faro de Hope Town, la postal de las Bahamas
Uno de los puntos imperdibles es Hope Town, en Elbow Cay. Allí se levanta el histórico faro pintado a rayas rojas y blancas, construido en 1863. Es uno de los pocos en el mundo que aún funciona con lámpara de kerosén y sigue siendo operado manualmente. Subir sus 101 escalones ofrece no solo una vista privilegiada del mar y los cayos, sino también la sensación de remontar el tiempo, peldaño por peldaño. En una isla marcada por la devastación del huracán Dorian, el faro sigue siendo una guía tangible y emocional. Un símbolo de la resiliencia de la isla y sus habitantes.
La vida en Hope Town se articula en torno a la Queen Highway, la calle principal, como en tantas otras islas bahameñas. A pesar de su nombre, es apenas una angosta vía que se abre camino entre las casas y al borde de la costa. Empieza en el desembarcadero, que es el pulmón del cayo. Allí un simple tablón de anuncios, el Hopetown Bulletin, funciona como medio de comunicación o red social: noticias, eventos y mensajes se comparten en ese espacio común que resume la vida comunitaria. Al borde de la calle se encuentran muchos otros carteles. Son de madera e indican los lugares más variados del mundo y principalmente de los Estados Unidos, con las distancias que separan a los turistas de sus destinos favoritos o sus residencias secundarias en el cayo.
Naturaleza y resiliencia
Abaco sufrió el embate del huracán Dorian en 2019, con inundaciones y destrucción generalizada. Aún hoy las marcas permanecen visibles. La población, que antes de la catástrofe alcanzaba unos 17.000 habitantes, ronda ahora los 15.000. Los seguros, prohibitivamente caros, siguen siendo un obstáculo para la reconstrucción total. El recuerdo está presente en la memoria colectiva. Nick, de la granja Neem, aún siente ansiedad cada vez que el cielo anuncia tormenta a partir del mes de agosto de cada año. Su finca produce artículos ecológicos a partir de plantas medicinales y resume el espíritu de resiliencia isleña. A pesar de las amenazas, se está expandiendo y creciendo y sus productos se encuentran hasta en el aeropuerto local.
Por doquier crecen los árboles de poinciana, con sus flores rojas intensas, y el lignum vitae, declarado árbol nacional de Las Bahamas. Conocido como “árbol de la vida”, fue utilizado durante siglos por sus propiedades medicinales y su madera densa, empleada incluso en la construcción naval.
Una isla náutica
Más que terrestre, Las Abaco se recorren desde el agua. Sus visitantes se desplazan en embarcaciones, saltando de cayo en cayo, explorando arrecifes y playas solitarias durante varios meses al año. La probabilidad que se repita un episodio como Dorian es muy baja. Al contrario, está totalmente garantizado tener intimidad, playas vacías y mares en exclusividad durante ese momento del año. Es de hecho el mejor periodo del año para conocer el destino en armonía y en simbiosis con su naturaleza y su gente. El programa de actividad es idílico: nadar entre tortugas y rayas, hacer snorkel en arrecifes intactos o simplemente dejarse llevar por la corriente en playas solitarias.
Si algo distingue a Abaco es la calidez de su gente. Más allá de los paisajes, los visitantes descubren una hospitalidad que se expresa en gestos simples: una sonrisa en la calle, una charla en el mercado o la invitación espontánea a compartir un café. En los pueblos, donde apenas hay un semáforo, las relaciones son cercanas y el tiempo parece estirarse en conversaciones sin apuro.
La amabilidad se convierte en parte de la experiencia: recorrer la isla no solo implica conocer playas y monumentos, sino también formar parte, aunque sea por unos días, de una vida comunitaria que se sostiene en la cercanía y la colaboración.
Desde Marsh Harbour, el corazón comercial de Abaco, parten ferris y taxis acuáticos hacia los cayos vecinos. Allí esperan experiencias diversas: nadar con cerdos en No Name Cay, recorrer museos dedicados a los colonos lealistas, hacer kayak entre manglares o visitar reservas naturales que protegen especies en peligro, como el loro de Abaco. Pero más allá de las atracciones, lo que prevalece es la sensación de estar en un territorio donde la naturaleza dicta las reglas y la vida se organiza en torno al mar.




