La Habana, de historia viva

El sol calienta las calles y las paredes gastadas mientras el mar golpea con fuerza sobre el malecón de la capital de Cuba, que este año respira fiesta. Y no es para menos, ya que en noviembre cumple 500 años y tiene todo listo para celebrarlo. Descubrir, revivir y soñar con volver, las invitaciones que esta ciudad nunca deja de hacer.

¿De dónde eres, niña?”, se escucha de una voz aguardentosa bajo el calor habanero que no suele aflojar y, tras la rápida respuesta, el remate no tarda en llegar: “¿Y cómo puede ser que siendo de la tierra del Che no te detengas a mirar mis libros?”. Con dos preguntas, una sonrisa y la picardía típica del lugar, logra vender dos ejemplares de autores locales en un puesto a medio construir en la Plaza de Armas, donde se establece la reconocida feria de libros de la capital. Un simple y breve intercambio grafica a La Habana y su gente tal cual son: amigables, cercanos y seductores. Las escenas de este tipo se replican todo el tiempo. Cada uno tiene una historia que contar, y todo aquel que se envuelva en la magia de la ciudad tiene ganas de escuchar, y también de creer, por inverosímil que parezca el relato. La Habana tiende la mano y no hay forma de no dejarse llevar. Una y mil veces se dijo que está detenida en el tiempo. Y sin embargo, por paradójico que resulte, siempre tiene algo nuevo con qué sorprender. Las experiencias no terminan, sin importar la cantidad de veces que se la haya visitado.

Y este año es por demás especial para el destino, ya que en 2018 comenzó la cuenta regresiva que finalizará el 16 de noviembre próximo, cuando se cumplan los 500 años de la fundación de la Villa de San Cristóbal de La Habana -tal es su nombre completo y oficial- realizada en 1519.

El camino de la restauración

Siempre da gusto visitar La Habana. Si alguna vez lo hizo, este es un buen momento para repetir la experiencia. Si lo tiene como deuda pendiente, es hora de que la pague. A su magia histórica y cultural se le suman los logros de los esfuerzos que se vienen haciendo con el objetivo de que la ciudad esté más linda que nunca, lista para su fiesta especial.

Aunque la expansión de la población y las consecuencias de la humedad y el salitre sobre las construcciones están a la vista, no por eso luce menos pintoresca: por el contrario, estos detalles le brindan un encanto particular. Sin embargo, desde hace tiempo se realizan tareas de restauración. Así, volver a visitar la capital es también una oportunidad para redescubrirla y ser testigo de sus cambios. De hecho, para dar cuenta de ello, el antes y el después están ilustrados en las áreas públicas con fotografías donde la magnitud de la reconstrucción se dimensiona al comparar de primera mano los resultados. El valor, la riqueza de la que hablamos, se plasma por ejemplo en que, en 1982, el centro de esta capital y su sistema de fortificaciones coloniales fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Con la autonomía de la Oficina del Historiador, en 1993, se profundizó el proceso de restauraciones. Y, como punto sobresaliente, el arte del detalle se percibe en las áreas que ya fueron puestas en valor, tanto en el centro como por fuera de esta área. Sumado a las diversas expresiones arquitectónicas, se fue formando así un espacio heterogéneo, marcado por la presencia de calles estrechas que desembocan en las principales plazas.

Lo que viene es seguir sumando cambios, porque el objetivo ahora es que la ciudad muestre su mejor cara ante todos aquellos que quieran pasar a saludarla por sus 500 años.

El foco estará puesto en obras emblemáticas de la capital, como el Museo del Ferrocarril de Cuba “Estación Cristina”, donde se exhibe una gran porción de la historia de este transporte en la isla; la Casa Museo Alejandro de Humboldt, dedicada a la ciencia y a la biología y situada en la plaza San Francisco; el Palacio Conde de Jaruco, que se ubica en la Plaza Vieja y que fue construido en 1746 y restaurado en 1983; y el Castillo de Santo Domingo de Atarés -parte de la fortaleza militar triangular, que a su vez abarca el Morro- Cabaña- que tendrá una sala de exhibición con réplicas de obras de Leonardo Da Vinci, que falleció en 1519, el mismo año de fundación de La Habana.

Asimismo, se ampliará el Centro Cultural Antiguos Almacenes San José que, cercano al puerto, es el lugar obligado para quienes quieran comprar recuerdos de talentosas manos artesanas.

Al mismo tiempo se inaugurarán, en el Capitolio Nacional, la Sala de Símbolos Patrios, la Sala del Himno y la Sala de la Constitución. Y habrá nuevos espacios expositivos en el Castillo de la Real Fuerza, parte del sistema de fortificaciones, y en el Centro Histórico se pondrá en funcionamiento un sistema público de bicicletas, que integra el proyecto Ha Bici.

El amplio programa de acciones comprende asimismo la apertura de la biblioteca pública Antonio Bachiller y Morales, así como de la tienda de patrimonio Casa Habanera y nuevo montaje en el Museo de la Pintura Mural y en las salas expositivas del Museo de la Ciudad.

El esperado proyecto de verano Rutas y Andares tendrá una edición especial por los 500 años de La Habana, con visitas a las obras remodeladas. A su vez, en el marco de estas actividades, durante abril y mayo, se desarrollará la 13ª Bienal de arte contemporáneo de La Habana. En esta oportunidad, se retomará el proyecto Detrás del Muro, en el Malecón habanero y el Paseo del Prado.

Los clásicos

Para empezar a conocer La Habana, lo ideal es comenzar por su joya preciosa: La Habana Vieja. Tomar un city-tour suele ser la mejor opción para no perder detalle de lo mucho que el destino tiene guardado. Los autos antiguos están por todas partes, también los turistas. Por eso es muy común encontrarse con grandes grupos en los alrededores de los atractivos principales.

En La Habana a cada paso hay una foto perfecta, y mientras se avanza en ese programa se llega a las plazas más importantes.

El sol parece quemar en algunas partes el empedrado de la Plaza de la Catedral, donde al mejor estilo europeo se distribuyen mesitas y sillas de hierro forjadas, en las que los visitantes prueban las espumosas limonadas habaneras y las cubanas toman una leche de malta. A un costado del imponente edificio, una sacerdotisa de Ifá -adivina en la religión yoruba- vestida de blanco, con una flor rojo furioso en el turbante, espera para tirar las cartas, mientras hay quienes con ropas típicas se pasean entre la gente. Como suele pasar en las grandes urbes turísticas, el intercambio con estos personajes requiere de una colaboración, a veces a voluntad, a veces con tarifa predeterminada.

Enfrente, en las puertas del Palacio Lombillo, está la escultura de bronce fundido de Antonio Gades, bailarín y coreógrafo español, que mira hacia el centro. Obras de este tipo se encuentran en distintos puntos de La Habana: el escritor Ernest Hemingway (en cuyo paso por La Habana nos detendremos más adelante) luce apoyado sobre la barra de El Floridita, John Lennon está sentado en un parque del barrio El Vedado y la Madre Teresa de Calcuta lee en el Convento de San Francisco de Asís.

La ya mencionada Plaza de Armas es la única que en el trayecto tendrá flores y diferentes árboles, entre ellos la ceiba, ejemplar por demás especial en esta época, ya que debajo de una de estas se fundó la ciudad. Además, otro dato peculiar y relevante de la plaza es que cuenta con la única calle con adoquines de madera. Cuenta la leyenda que al capitán general Miguel Tacón y Rosique le molestaba el constante ruido de las carretas frente al palacio, por lo que encargó esta obra que se concretó promediando 1800. Esta es la base en que se erige el mercado de libros que comentamos al principio de la nota. El detalle es tan tramposo como encantador: las únicas armas que se encuentran en este lugar son libros.

La Plaza de San Francisco de Asís -la segunda más antigua de La Habana- es donde se extienden edificios de gran valor arquitectónico, como el Palacio del Marqués de San Felipe y Santiago de Bejucal y Petróleo de Cuba. Sin embargo, como la singularidad no escapa a cada rincón de la capital, la mirada de inmediato lleva a una estatua de bronce (otra más), que representa a “El caballero de París”, donde deberá detenerse unos minutos para conocer la historia, tomar agua y seguir viaje. En este punto, el Museo del Ron es otra buena alternativa. Después de la visita guiada, es recomendable sentarse unos minutos en el patio de esta antigua mansión colonial para degustar un trago a base de caña, ron y naranja. Cabe mencionar que cerca de esta plaza está el puerto habanero, la Terminal Sierra Maestra, donde en los últimos años se potenció la llegada de buques de distintas partes del mundo, que incluso la utilizan de base para comenzar sus itinerarios por el Caribe.

En sus orígenes, la Plaza Vieja era conocida como Plaza Nueva y, principalmente, se utilizaba para realizar ejercicios militares. Luego funcionó como mercado al aire libre, y actualmente se encuentra salpicada de restaurantes, cafés, bares y cervecerías; además se muestra colorida y en su máximo esplendor. En sus alrededores los puntos más interesantes son, entre otros, la Cámara Oscura, un ingenioso dispositivo óptico desde donde se disfruta de hermosas vistas a 35 metros; o el Palacio Cueto, la muestra más acabada del art-nouveau local.

Volviendo al camino también vale la pena visitar el imponente Capitolio Nacional, construido en 1929 y que viene de una importante remodelación que llevó años. Después se atraviesan el Paseo del Prado, el Gran Teatro de La Habana y el Parque Central.

Algo alejado de La Habana Vieja hay un sitio imperdible, especialmente para los argentinos. Se trata de la Plaza de la Revolución, donde se halla el famoso mural del Che Guevara, foto que no puede faltarle a nadie que visite Cuba. Asimismo, está el de Camilo Cienfuegos y, enfrente, se encuentra el memorial del héroe nacional José Martí.

Un hotel, un capítulo aparte

No importa dónde se aloje cada uno: hay un atractivo que es sin duda una visita obligada para todos. Se trata del legendario Hotel Nacional, cuya historia comenzó en 1930, cuando fue inaugurado sobre una colina de vista privilegiada, en donde hubo funciones militares en vidas anteriores, hasta el momento en que se decidió construir un establecimiento de lujo. Los que parecen mitos y leyendas del lugar -y en realidad no lo son- comenzaron apenas más tarde, en 1933. En ese momento se produjo un ataque armado del que aún hoy se pueden ver los proyectiles incrustados en la fachada, en el marco del golpe militar encabezado por Fulgencio Batista. Fue este militar quien luego abrió el camino al desfile mafioso que comenzó de la mano de Lucky Luciano y Mayer Lansky, quienes por entonces controlaban, entre otras actividades, el juego en la isla grande. Cuando la revolución triunfó en 1959, el negocio de los casinos se terminó y la administración de la propiedad fue reorganizada por el nuevo gobierno. Allí comienza la otra etapa de la vida del establecimiento. Más allá del aspecto netamente de hospedaje, el Hotel Nacional cuenta, entre otras dependencias, con el conocido Salón de la Fama, donde se exponen miles de fotos, objetos y notas de las estrellas que a lo largo de más de 85 años fueron parte de su historia. Además de este salón, hay un conjunto de habitaciones destacadas con foto y una pequeña reseña de la visita de cada celebridad. Es el caso de la 225, donde Ava Gardner y Frank Sinatra se hospedaron en 1951 durante su luna de miel, o el de la 228 donde estuvo el músico Nat King Cole durante 1957. Jean Paul Sartre también se alojó en 1960 y tuvo su reunión con Fidel Castro ahí mismo. Como estos, numerosos políticos, deportistas, actores, músicos y estrellas de todo tipo y rubro aparecen retratados en las paredes. En los pasillos, en el ascensor, o tomando una copa en el bar, uno puede escuchar magníficas historias de quienes alguna vez tuvieron el gusto de alojarse allí, a veces ciertas, otras inventadas, pero nada que un buen relato y el mágico contexto no pueda volver creíble. Guárdese una mañana o una tarde para conocer el hotel, podrá tomar una visita guiada y conocer al detalle este edificio único.

Por los bares y la noche

A media cuadra de la Plaza de la Catedral, sobre la calle Empedrado, se alza La Bodeguita del Medio, un clásico habanero donde los graffitis y firmas de los que pasan por allí invaden las paredes y se intercalan con algunas fotos, aportándole un carácter cosmopolita que mantiene aires de pueblo. Sin embargo, como cabe imaginar, el lugar suele estar atestado de turistas, lo que puede no gustar a más de uno. Al caminar entre los salones que lo componen, en ese torbellino de palabras, de inmediato resalta un cartel amarillo con letras negras que indica: “Cargue con su pesao”. La frase (que se aprende por el uso) se relaciona con una de las anécdotas más emblemáticas del lugar, ya que se cuenta que en una de esas cálidas noches isleñas, en medio de las extensas charlas a las que se presta La Bodeguita, el escritor Enrique Labrada Ruiz quebró el bullicio y soltó el dicho a un cliente del lugar, cuyo amigo intentaba robar un libro.

Cada día La Bodeguita se llena de viajeros que llegan para disfrutar del que muchos catalogan como “el mejor mojito de la isla”, que con amabilidad sirve un mozo charlatán en la barra de madera de la terraza, mientras en un rincón algunos músicos se acomodan como pueden y sueltan los clásicos de la música local. Tal vez por esa mística que transmite, el bar fue inmortalizado en algunos libros del gran Ernest Hemingway, cuya frase de cabecera solía ser: “Mi mojito en La Bodeguita, mi daiquirí en El Floridita”.

Y si hablamos de “Papa”, como lo llamaban en la isla, hay que decir que el premio Nobel de Literatura está inmortalizado mediante una estatua de bronce en su bar preferido en todo el mundo: El Floridita, declarado como la Cuna del Daiquirí (el tradicional trago a base de ron y limón). Dicen, incluso, que fue en el propio bar donde vio la luz gran parte de Por quién doblan las campanas, una de sus más importantes obras.

Y es que en 1939, tras la separación de su esposa Pauline, el escritor navegó hasta la isla y allí se quedó viviendo en el hotel Ambos Mundos, en pleno centro de la ciudad, donde hoy aún se guarda su habitación como un museo. La visita a dicho cuarto tiene costo, pero se puede subir gratis a la terraza y tomar allí algunos tragos en su honor.

Además, a Hemingway también le gustaban los buenos habanos, y no hay mejor lugar para conseguirlos de la mejor calidad que las numerosas tiendas expresamente dedicadas a esta especialidad cubana.

En la noche, la apariencia de La Habana cambia. Si bien la iluminación se limita a los lugares más concurridos, hay que decir que la seguridad es garantía en toda la ciudad, por lo que desandar sus calles, buscar un restaurante o paladar (tradicionales casas de comida cubanas) puede ser un gran plan. Sin embargo, un imperdible nocturno es el espectáculo de primer nivel que brinda el cabaret Tropicana. El talento de bailarines, cantantes y diversos artistas brilla en un “paraíso bajo las estrellas”. Hay otras opciones, similares y de gran calidad, en el Habana Café del Meliá Cohiba y en el Cabaret Parisién del Hotel Nacional.

La Habana tiene miles de historias que contar y en cada esquina un atractivo para contemplar. Ni el calor del sol caribeño ni la humedad lógica de la zona logran detener el paso de quienes saben que la ciudad esconde algo más. Y ella, erguida y cubierta de 500 años de historia, acepta el desafío. Lo sabe: tiene todo para no defraudar.

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