La tierra de los molinos

Casi un tercio del país está bajo el nivel del mar, pero el ingenio holandés logró salir a la superficie y la región de Kinderdijk es uno de los mejores lugares para ver cómo lo lograron. Paseo por un paisaje “único en su especie”.

Cuando se piensa en Holanda, dos imágenes suelen venir a la mente: Ámsterdam y los molinos.

La capital -y los paisajes urbanos que evoca, con sus redes de canales, botes navegando gentilmente, laberínticos estacionamientos de bicicletas, el libertinaje del barrio rojo- es una de las cunas del arte europeo y una ciudad relativamente joven. Como muchas otras localidades de Holanda, está en parte construida sobre varios pólderes, los terrenos originalmente inundados drenados a lo largo de los siglos gracias a los molinos.

De hecho casi un tercio de Holanda se encuentra debajo del nivel del mar y gran parte de la superficie del país consiste en territorio ganado al agua. El punto más bajo es en la ciudad Nieuwerkerk aan den IJssel, con casi siete metros de “profundidad”.

Holanda es un país mayoritariamente llano: uno puede atravesarlo prácticamente sin percibir ninguna subida ni bajada. Surgen así dos cuestiones: por un lado, su histórica tendencia a inundarse; por otro su nombre original, Nederland (en castellano Países Bajos). Si bien se lo llama comúnmente Holanda (incluso lo denominan así sus propios habitantes), este no es sino el nombre de la región más conocida, donde se encuentran Ámsterdam y los molinos de Kinderdijk.

Leyendas y agua

El país le debe gran parte de su superficie actual a los molinos, que reflotaron su tierra a la superficie. Hoy quedan algo más de mil distribuidos a lo ancho del territorio, auténticos monumentos con siglos de historia a sus espaldas. Y si bien estas altas torres con aspas pueden concebirse teniendo distintas funciones en mente –molienda, bombeo de agua, producción de energía- cada una de ellas puede servir únicamente para una tarea: en el caso de Holanda, esta labor fue clara, drenar el agua y recuperar terreno sumergido. “Son algo único en su especie”, diría Napoleón al poner pie en Zaanse Schans, donde se levantan los molinos más próximos a Ámsterdam. Sin embargo, de entre todos los sitios en los que cabe verlos uno se lleva el voto popular de los holandeses y turistas por igual: el de los molinos de Kinderdijk. Un lugar único en el mundo, pues no hay ningún otro con tal concentración de molinos en tan pequeña superficie: esto le valió ser declarado Patrimonio Mundial.

Una leyenda popular corre en Europa, y dice así: “Tras la catástrofe de 1421 (una tormenta histórica, que ocasionó una de las peores inundaciones registradas en Holanda), un hombre fue enviado a evaluar los daños en algunos de los diques arrasados por la corriente. Mientras hacía su reconocimiento, pudo ver a lo lejos un moisés que venía flotando sobre el agua. Tambaleándose, llevaba corriente abajo a un gato que se mecía como podía para evitar caerse. Cuando el hombre pudo rescatarlo y sacarlo del agua, encontró en el interior del moisés un bebé envuelto en sábanas, durmiendo plácidamente.”

Este episodio habría ocurrido en la actual Kinderdijk, por lo que se la llamó “Dique del niño”. Sus molinos están en el límite del pueblo, a lo largo de un canal en la confluencia de los ríos Noord y Lek: son 19 en total y datan de 1740.

La región se puede recorrer caminando, en bicicleta o tomando una excursión corta en bote (temporada abril-octubre), solo o con guía. Uno de los molinos funciona como museo y está habilitado para conocerlo por dentro. El lugar se ha vuelto un ícono popular, a tal punto que parejas locales y extranjeras van a realizar sus sesiones de fotos de casamiento. Los gigantes miden en promedio 28 metros y aún hoy se los opera porque sigue existiendo la necesidad de drenar los excesos de agua.

Los viejos molinos de viento en realidad fueron casi enteramente reemplazados por motores industriales diesel, pero se los mantiene y pone a punto para prevenir eventuales cortes de energía o catástrofes naturales. Por ejemplo, durante la ocupación alemana los nazis habían reclamado para sí todas las reservas de combustible del país, forzando a los holandeses a mantener los pólderes con los antiguos molinos.

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